Hemos escuchado
infinidad de veces en
nuestro taller que cuenta con varias décadas de permanencia en los claustros
universitarios, hablar a
nuestros maestros de la importancia de la búsqueda.
En mi caso
particular siendo alumno siempre lo percibí como algo intangible, inentendible. Sonaba relacionado a un cierto ocultismo pedagógico, pero al mismo tiempo me producía mucho
interés y me inducia a no
saber que, ni cómo ni para qué, pero buscar…
Buscar formas
sugestivas con la aparición
de respuestas que no tenían preguntas y que respondían en gran parte a
actitudes intuitivas, claro
está, generalmente carentes de contenido.
Pero sin duda, el
valor agregado que se nos ha sabido inculcar a fuego y de forma indeleble, es
el sentido
indispensable de la búsqueda.
Búsqueda, en esa mágica palabra es en la
que se ocultan infinidad de posibilidades de interpretación y aplicación, donde
el tema central es el del reconocimiento de los arquitectos no solamente como
proyectistas y constructores, mucho menos como simples solucionadores de
problemas, sino como, y con firme autodeterminación, de arquitectos que investigan, escriben, profundizan, reflexionan
y luego proyectan, pero
siempre expresándose como
artistas.
La búsqueda
utilizando al arte como medio, aplicándole la razón y la intuición. Y no es
casual que adoptemos esta postura, ya que conocemos el deterioro que nuestra profesión ha sufrido
provocada por la falta de
lineamientos culturales ciertos como nación, afectando tanto a nuestra sociedad
como a nuestras universidades. Nos
hemos transformado en prescindibles.
Nuestro último
refugio es el arte, al que nunca debiéramos haberle dado la espalda. Este es el punto
de partida desde el cual fundar un pensamiento donde reconocemos que toda
manifestación artística debe ser la expresión tangible de la cultura de una nación, una región,
un pueblo, un barrio, una familia y por ultimo un individuo, y solamente de esa
manera estaremos haciendo nuestro aporte a la búsqueda y construcción de nuestra identidad.
Los arquitectos
somos parte de la maquinaria que una nación posee para definir rumbos y
objetivos culturales, fundamentalmente por ser los responsables de la
conformación de los núcleos
urbanos, espacios públicos
y privados, diseñándolos coherentemente según las necesidades de sus habitantes
en función de sus particularidades culturales.
Dentro de esta
búsqueda debemos incorporar nuestra historia, desde el reconocimiento de
nuestros variados y centenarios pueblos originarios, pasando por nuestro
riquísimo periodo colonial hispano, la inclusión de los negros, la formación de
la república con sus fuertes políticas de inmigración europea, y al gaucho, al
criollo. Y aquí es donde
aparecen ciertos interrogantes. De
todo este abanico de razas, quienes son mas auténticamente argentinos? Quienes
nos representan con fidelidad como país, como nación?
Nuestros indios Quilmes del Tucumán o la cerveza Quilmes
de Buenos Aires?
A esta altura sin
duda alguna ambos forman parte de nuestro ser nacional, ya que han sido
legitimados por su trascendencia y permanencia en el tiempo, suena algo
extraño, pero es así. Y es
lo que habitualmente sucede con infinidad de rasgos culturales propios a los
que se le han sumado ajenos, transformándose en un nuevo resultante mestizo
difícil de interpretar. Y en esta búsqueda del descifrado de nuestra identidad
es donde los arquitectos, un poco artistas, buscamos un lenguaje que represente
estas cuestiones.
Como podemos tener
un lenguaje preconcebido como diseñadores sin profundizar en cada caso en
particular?. Lo lógico sería
tener un lenguaje personal pero afectado por el reconocimiento de la
cultura del sitio y sus
circunstancias particulares en su espacio de lugar y tiempo. No sería coherente
que ante un mismo tema, uno se exprese con idéntico lenguaje tanto en los
áridos Valles Calchaquíes como en
la costa de la provincia de Buenos Aires… en ese sentido, la única
sustentabilidad insoslayable
es la sustentabilidad cultural.
Habrá que estar
atentos y aguzar el ingenio, es lo que se espera de nosotros. Y además buscando un
mensaje para dar con nuestra obra, sino de qué sirve un lenguaje cuando no hay
nada para decir. El lenguaje no es garantía de reflexión si no se encuentra
modificado por la esencia del lugar donde
se realiza el trabajo. La tarea de encontrar un mensaje es absolutamente
personal, dependiendo de los intereses particulares que el tiempo, el conocimiento y la historia de vida
de cada uno de nosotros nos haya señalado como importante a la hora de afrontar
un nuevo desafío profesional.
En estas épocas de
Bicentenarios, tenemos la excusa única para estudiar y conjugar todas las culturas de las que
estamos compuestos, buscando con ello aportar un ladrillo más a la construcción de una
argentinidad siempre en movimiento, mutando, con el único fin de reencontrarse y
trazar rumbos comunes para afianzar nuestra voluntad de ser como individuos y
como nación.
Somos en parte
responsables de ello.
Alejandro Falabella
(Textos publicado el 22 marzo de 2012, Blog A5 PU-PA)
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