Diego no conocía la mar.
Viajaron al sur.
Ella, la mar, estaba mas allá de los altos médanos, esperando.
Cuando el niño y su padre alcanzaron por fin aquellas cumbres de arena,después de mucho caminar,
la mar estalló ante sus ojos.
Y fue tanta la inmensidad de la mar,
y tanto su fulgor,
que el niño quedó mudo de hermosura.
Y cuando por fin consiguió hablar,
temblando, tartamudeando,
pidió a su padre:—¡Ayúdame a mirar!
Eduardo Galeano
miércoles, abril 01, 2009
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