Un diálogo es ante todo un problema de interculturalidad. La distancia física que separa a los interlocutores y las vueltas retóricas para entenderse, refieren a un problema cultural. Entre los interlocutores tiende a haber una diferencia de cultivo, pero no en el sentido del grado de culturización logrado por cada uno, o sea de que uno sea mas culto que otro, sino ante todo en el estilo cultural, o mas bien, en el modo cultural que se ha encarnado en cada uno. Se trata entonces de una diferencia de perspectiva y de código que marcan notablemente el distanciamiento de los intevinientes en un diálogo y cuestionan la posibilidad de una comunicación real.
Cultura no es sólo el acervo espiritual que el grupo brinda a cada uno y que es aportado por la tradición, sino además es el baluarte simbólico en el cual uno se refugia para defender la significación de su existencia. Cultura implica una defensa existencial frente a lo nuevo, porque si careciera uno de ella no tendría elementos para hacer frente a una novedad imcomprensible.
De ahí que a la cultura no habría que tomarla sólo como acervo, sino también como actitud, de tal modo que pudiera llenarse con elementos no tradicionales, incluso con referencias simbólicas halladas en el momento, que hacen a una diferenciación frente al interlocutor, y que adquieren en el momento del diálogo el valor de pautas culturales con las cuales uno de define frente a él.
Además, detrás del problema de la cultura así enfocado se da otra cuestión como lo es la de lograr un domicilio existencial, una zona de habitualidad en la cual uno se siente seguro. En realidad de conceder sentido a lo que nos rodea y ello sirve de apoyo en tanto uno enfrenta a un interlocutor. La ecología de un ámbito, así como el hábitat, son recubiertos siempre por el pensamiento del grupo, y éste se encarga de vestir con un paisaje cultural el hábitat en cuestión. En el fondo hay una capturación del hábitat por el pensamiento del grupo, de tal modo que éste acentúa la rigidez cultural.
Ahora bien, esta sobredeterminación de lo cultural tiene dos consecuencias importantes. En primer término desaparace la índole propia del hábitat por cuanto éste siempre está sometido a una cultura. Este constituye una incógnita soterrada bajo las pautas culturales impuestas, no sólo por el grupo, sino incluso por la ciencia. Porque ¿qué es ciencia, sino una propuesta cultural más, proveniente de un Occidente que ordena la realidad según una determinada perspectiva?.
En segundo término dicha sobredeterminación señala la importancia que el pensamiento del grupo adquiere para comprender todo lo que refiere al mismo. Se trata de un pensamiento condicionado por el lugar, o sea que hace referencia a un contexto firmenmente estructurado mediante la intersección de lo geográfico con lo cultural...
... Si se logra fundar la observación de que todo pensamiento es naturalmente grávido y tiene su suelo, cabría ver en que medida dicha gravidez crea distintas formas de pensamiento. Quizá se podría ampliar entonces todo lo que se refiere a una antropología del pensamiento, en el sentido de no establecer ad hoc un pensamiento así llamando universal, sino de descubrir en la gravidez del pensar, o sea en el suelo que lo sostiene, un cuadro real del mismo que abarque todas las variantes de su modo de ser universal. Y esto simplemente porque lo universal deformado, no es ni universal ni deformado, sino que constituye la restitución de un modelo real.
Pero para ello es preciso ampliar el horizonte de comprensión. Si en occidente las soluciones por una razón de eficiencia, consisten en superar la controversia o la distancia entre los individuos acentuando su atomismo y convirtiéndolos, como en el caso de la explotación económica del hombre, en hombres totalmente cosificados, en el cual incurrirían las doctrinas así llamadas revolucionarias, entonces la solución americana apuntaría a lo contrario.
En América no es la cosificación del hombre lo que está en juego, sino la relación interhumana vista por dentro, al margen del mundo de las cosas determinables. En cierto modo es algo similar a la intersubjetividad de Husserl, que da como a priori la existencia de una relación entre individuos.
Entonces en vez de la digitación de soluciones sociales, que apuntan a una comunidad externa, la cual siempre tiende a tener todos los caracteres de lo contractual, se da una comunidad interna que se ubica al margen de la conciencia, como un a priori que parte de la inconciencia social y que hace realmente a la coherencia del grupo...
Eso produce la cultura, como un modo peculiar de cultivo para hacer frente al contorno. La cultura es entonces un molde simbólico para la instalación de una vida. Este molde simbólico constituye el así llamado suelo. Pero el suelo no tiene cabida en filosofía al menos manifiesta, pero incide por su ausencia. El suelo no hace a lo empírico como el Río de la Plata, sino a la función de moldear o, mejor de deformar, y en el fondo corromper la intuición de lo absoluto. Por eso lo que cree poner a priori la mera razón, sufre una ruptura y, por consiguiente, una deformación. En cierto modo el suelo, en su ausencia perceptible, pero también en su presencia impensable, es lo que deforma la intuición de lo absoluto...
Cultura no es sólo el acervo espiritual que el grupo brinda a cada uno y que es aportado por la tradición, sino además es el baluarte simbólico en el cual uno se refugia para defender la significación de su existencia. Cultura implica una defensa existencial frente a lo nuevo, porque si careciera uno de ella no tendría elementos para hacer frente a una novedad imcomprensible.
De ahí que a la cultura no habría que tomarla sólo como acervo, sino también como actitud, de tal modo que pudiera llenarse con elementos no tradicionales, incluso con referencias simbólicas halladas en el momento, que hacen a una diferenciación frente al interlocutor, y que adquieren en el momento del diálogo el valor de pautas culturales con las cuales uno de define frente a él.
Además, detrás del problema de la cultura así enfocado se da otra cuestión como lo es la de lograr un domicilio existencial, una zona de habitualidad en la cual uno se siente seguro. En realidad de conceder sentido a lo que nos rodea y ello sirve de apoyo en tanto uno enfrenta a un interlocutor. La ecología de un ámbito, así como el hábitat, son recubiertos siempre por el pensamiento del grupo, y éste se encarga de vestir con un paisaje cultural el hábitat en cuestión. En el fondo hay una capturación del hábitat por el pensamiento del grupo, de tal modo que éste acentúa la rigidez cultural.
Ahora bien, esta sobredeterminación de lo cultural tiene dos consecuencias importantes. En primer término desaparace la índole propia del hábitat por cuanto éste siempre está sometido a una cultura. Este constituye una incógnita soterrada bajo las pautas culturales impuestas, no sólo por el grupo, sino incluso por la ciencia. Porque ¿qué es ciencia, sino una propuesta cultural más, proveniente de un Occidente que ordena la realidad según una determinada perspectiva?.
En segundo término dicha sobredeterminación señala la importancia que el pensamiento del grupo adquiere para comprender todo lo que refiere al mismo. Se trata de un pensamiento condicionado por el lugar, o sea que hace referencia a un contexto firmenmente estructurado mediante la intersección de lo geográfico con lo cultural...
... Si se logra fundar la observación de que todo pensamiento es naturalmente grávido y tiene su suelo, cabría ver en que medida dicha gravidez crea distintas formas de pensamiento. Quizá se podría ampliar entonces todo lo que se refiere a una antropología del pensamiento, en el sentido de no establecer ad hoc un pensamiento así llamando universal, sino de descubrir en la gravidez del pensar, o sea en el suelo que lo sostiene, un cuadro real del mismo que abarque todas las variantes de su modo de ser universal. Y esto simplemente porque lo universal deformado, no es ni universal ni deformado, sino que constituye la restitución de un modelo real.
Pero para ello es preciso ampliar el horizonte de comprensión. Si en occidente las soluciones por una razón de eficiencia, consisten en superar la controversia o la distancia entre los individuos acentuando su atomismo y convirtiéndolos, como en el caso de la explotación económica del hombre, en hombres totalmente cosificados, en el cual incurrirían las doctrinas así llamadas revolucionarias, entonces la solución americana apuntaría a lo contrario.
En América no es la cosificación del hombre lo que está en juego, sino la relación interhumana vista por dentro, al margen del mundo de las cosas determinables. En cierto modo es algo similar a la intersubjetividad de Husserl, que da como a priori la existencia de una relación entre individuos.
Entonces en vez de la digitación de soluciones sociales, que apuntan a una comunidad externa, la cual siempre tiende a tener todos los caracteres de lo contractual, se da una comunidad interna que se ubica al margen de la conciencia, como un a priori que parte de la inconciencia social y que hace realmente a la coherencia del grupo...
Eso produce la cultura, como un modo peculiar de cultivo para hacer frente al contorno. La cultura es entonces un molde simbólico para la instalación de una vida. Este molde simbólico constituye el así llamado suelo. Pero el suelo no tiene cabida en filosofía al menos manifiesta, pero incide por su ausencia. El suelo no hace a lo empírico como el Río de la Plata, sino a la función de moldear o, mejor de deformar, y en el fondo corromper la intuición de lo absoluto. Por eso lo que cree poner a priori la mera razón, sufre una ruptura y, por consiguiente, una deformación. En cierto modo el suelo, en su ausencia perceptible, pero también en su presencia impensable, es lo que deforma la intuición de lo absoluto...
(Esbozo de una Antropología filosofica americana . Rodolfo Kusch)
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