Cuando hablamos leer un territorio, de abstracción,
de sensibilidad en la lectura de los lugares… ¿de que estamos hablando?
Hablamos de comprender y construir un territorio,
atentos a las simbologías implicadas en él, poniendo de manifiesto algunas de
sus características particulares. Estas “características” no son necesaria, ni
exclusivamente geográficas.
Aún hablando de un territorio “natural”, ese estado
natural, es el producto de una evolución paralela, y de largo alcance, de
la comunidad que lo habita y del ambiente.
Por lo tanto, no hablamos de hacer una maqueta
territorial que reproduzca fielmente un paisaje sino más bien de una maqueta
que pueda contar una idea, que pueda “captar unas fuerzas”, organizarlas…
hacerlas visibles.
Paul Klee dice que “el arte no reproduce las cosas
visibles, sino que hace cosas visibles (puesto que) el artista contempla cosas
que la naturaleza dispone, ya formadas, ante sus ojos, y lo hace con una mirada
penetrante. Y cuanto más penetra, tanto más fácilmente logra desplazar el punto
de vista de la mirada anterior; tanto más se le imprime en la mente, en vez de
una imagen natural definida, la imagen esencial y única, la de la creación como
génesis.”
Por eso sugerimos al momento de realizar sus
maquetas, darle lugar tanto al “pensamiento artístico” que nos
permite mantenernos “libres” frente al espacio y sus posibilidades y también al “pensamiento
arquitectónico” que brinda los instrumentos para construir y
”apropiarse” de ese espacio.
El paisaje o el territorio deja de ser entonces una
bandeja en la que se deposita un objeto, porque en esa
operación de “reconstrucción” se añaden las nociones de movimiento, de uso, de
programa, se proponen además evidenciar ciertas características específicas del
lugar… Se propone “revelar” un espacio particular.
”Procuró olvidar las reglas que había aprendido,
confiando en el paisaje como en un socio, abandonando voluntariamente sus
intenciones y rindiéndose a los asaltos del azar, de la espontaneidad, a la
embestida de los detalles brutales. Ya no le daba miedo la soledad que le
rodeaba. El acto de tratar de plasmarla en los lienzos le había servido para
interiorizarla de alguna manera y ahora podía percibir su indiferencia como
algo que le pertenecía a él, tanto como él pertenecía al silencioso poderío de
aquellos gigantescos espacios, llenos de colores violentos y de extrañas e
involuntarias oleadas de energía, un remolino de formas y de luz.”
Paul Auster el palacio de la
luna.
Barcelona 2001
Jtp Arq. Vanesa Hue